Solemos pensar que cuando estamos tristes, tenemos pensamientos tristes y es totalmente lógico. Pero, ¿Y si son nuestros pensamientos tristes los que nos entristecen? ¿Son del todo racionales nuestros pensamientos? Y, más importante aún: ¿Podemos controlarlos?.
Pensamiento, sentimiento y conducta han sido y son los tres pilares básicos de la psicología, pero el cómo interactúan entre ellos es todavía una encrucijada digna de teorías contrapuestas y de posibles actuaciones terapéuticas.
La teoría central de la emoción
La teoría central de la emoción es una explicación científica sobre la fisiología de las emociones que viene a defender que los estímulos emocionales tienen dos efectos excitatorios independientes: provocan tanto el sentimiento de la emoción en el cerebro, como la expresión de la emoción en los sistemas nerviosos autónomo y somático.
Esto, explicado de forma más sencilla quiere decir que cuando percibimos un estímulo amenazante, por ejemplo un animal peligroso; primero sentimos miedo, y por ende, corremos.
La teoría periférica de la emoción
Sin embargo, la teoría periférica de la emoción plantea que es justo al revés: primero vendrían las reacciones fisiológicas y después las emociones.
Básicamente, esta teoría se oponía a la idea proveniente del sentido común, en donde la percepción conllevaba una emoción y esta provocaba una reacción fisiológica. Estos autores proponían un modelo en el que la reacción fisiológica ante el estímulo era la que provocaba la emoción: No lloro porque tengo pena, sino que tengo pena porque lloro.
Esto que a simple vista parece algo descabellado, sin embargo, nos deja una puerta de salida y es centrarnos en aquello que SI podemos cambiar: nuestra conducta.
Quizás estás pasando una época difícil porque has perdido el trabajo. Quizás tu pareja ha decidido acabar con vuestra relación y no consigues ver el sentido a la vida. Quizás un ser querido te ha abandonado hace poco. O, simplemente, la tristeza te acompaña y no sabes desde hace cuánto ni por qué decidió emprender este viaje contigo. Quizás tienes miedo, ansiedad, estrés, fobia… Llámalo como quieras.
Todas las emociones nos enseñan algo y están con nosotros por algún motivo y porque desempeñan alguna función adaptativa. Pero, a veces, nuestro cerebro nos pone trampas. Nuestra amígdala nos engaña, nos avisa sin razón para que nos quedemos en el fondo del pozo, pegados a la cama, pegados al pasado y subyugados a unos pensamientos a los que dotamos de total veracidad y poder, pero que también nos engañan.
Y es en ese momento, cuando estamos en lo más profundo y ya ni siquiera nos duele, cuando hay que arrojar el último resquicio de amor propio y fortaleza y actuar. Salir. Buscar ayuda. Buscar sonrisas. Buscar un nuevo objetivo, una nueva rutina. No te preocupes si no tienes ganas, porque de la rutina acabará surgiendo la ilusión.
«Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos».